Me disponía hoy a dar un paso de los habituales con mi perro Martín, un hermoso mastín de 9 años que además de llenar de alegría la casa, también nos llena de babas algunas veces. Martín ha sido un perro muy alegre y enérgico, pero desde hace unos meses convive con una enfermedad que le ha quitado algo de vitalidad.
Hoy salí con el como de costumbre, pero en dos ocasiones tiró de su cuerda para recordarme que «vaya más lento», y mi paseo en ese momento cobró vida, se transformó en «presencia». Confieso que no es fácil acompañar en el dolor, pero el amor es más grande y nuestro paseo se convirtió en un lento viaje lleno de dulzura y compasión.
Esto me recordó esta maravillosa profesión que he elegido, de acompañar a otros en parte de su camino. Pensé en las veces que los profesionales ponemos más foco en el objetivo que en el camino de la persona y cómo a veces se puede presionar, en vez de «facilitar» si no estás presente.
Al acompañar a una persona o empresa en su proceso de cambio, es más importante la calidad de presencia que la cantidad de acciones realizadas. De esta forma facilitamos la toma de consciencia, el contacto íntimo con sus recursos a su propio ritmo. Y es aquí cuando surgen los mejores escenarios para un cambio real y perdurable.
Y los requisitos fundamentales para el acompañante son: atención plena, compasión, escucha generativa y cero expectativas.